II. La sequía
Tras un rato, la dirección del viento cambia y la humedad se mezcla con un fuerte olor a urea, devolviéndonos a una realidad que habita en las aceras de una ciudad donde las calles son por lo general estrechas. Parejas, a veces tríos, que caminan del brazo, gente que corre, o que pasea a mascotas mirando el móvil, dejando que el rumbo lo dirija el animal, que no cesa de olisquear lo que encuentra a su paso incluidos los bajos de los pantalones o los tobillos, hasta conseguir marcar territorio donde otros dejaron su huella antes.
Unas gotas finas, pero copiosas, calan despacio a los transeúntes que la lluvia ha sorprendido sin paraguas. El aroma parece provocar buen humor entre quienes apresuran su paso y sueltan alguna exclamación animada, al tiempo que buscan cobijo bajo los techos de tiendas y soportales. Decido detenerme también y esperar a que escampe.
La lluvia nos ha alegrado con su visita y el aire huele distinto. A ozono. Hasta han sonado truenos. Sonidos que antes inquietaban, nos dejan ahora una vaga extrañeza. La humedad que se respira es una tregua para el olfato, para una nariz reseca atrapada en la contaminación odorífera de una gran ciudad.
Si eres sensible, y tu olfato bueno, debes aprender a retener y soltar el aire una vez que has rebasado algún punto negro de olor, aunque conviene apresurarse porque aparecen nuevos tramos donde es mejor respirar poco, o nada. Al salir del portal, mejor pararse un instante y observar con atención hacia ambos lados de la acera, para decidir con argumentos qué camino tomar. A un lado, quizás haya que sortear una gincana desperdigada de bolsas, ropa, cartones… ante la mirada indiferente de un portero que ha decidido no intervenir, cansado de quitar porquerías ajenas. Al otro lado, un suelo que puede mostrar el rastro de salpicaduras recientes, que han formado un dibujo abstracto que alcanza la pared de la fachada. Sin lugar a dudas una necesidad acuciante.
No es lo único sobre lo que conviene mantenerse alerta mientras andas por las aceras. Mejor mirar dónde colocar el pie. Ni se te ocurra correr, no sea que tropieces y caigas sobre unos rotos y oscuros adoquines donde habitan hambrientas bacterias, al acecho de cualquier rasguño de sangre por el que abrirse paso, ignorantes de provocar una fechoría de consecuencias inesperadas. Que te escayolen, te intervengan, o tener que tomar antiinflamatorios o antibióticos. Alguien ya sabe de lo que hablo.
Todos mis pensamientos se agolpan a empujones entre el ir y venir de gente que sale de su parapeto, al decidir mojarse antes que esperar a que la lluvia cese. No tengo prisa y la espera me hace darme de bruces con mi TOC. Coloquialmente, las siglas de «Trastorno Obsesivo Compulsivo». Vamos, tener una manía, una fobia en mi caso a la suciedad. Asumo esa manía, pero confieso que no sé como superarla, aunque me viene alguna solución. Pienso en que, a la salida de los portales, las comunidades instalen un grifo conectado a una manguera pequeña – de las riego de terraza-, como obligado es que mantengan colgados en los tramos de escaleras extintores, por si se produce algún incendio. Lo que encontramos en las aceras de esta ciudad a mi me parecen pequeños incendios, llamas de indignación que prenden, eso sí, solo entre unos pocos. No es poca broma tener un TOC. Es algo serio y que puede dar lugar a otros desordenes incontrolados de paranoia, irascibilidad, agorafobia, cualquier cosa, qué se yo.
Me preocupa el avance de la sequía. No solo la de la falta de agua, sino la de la lluvia de ideas que no tienen utilidad. Y es que veo llegar a un joven con una mascota grande y juguetona, que brinca feliz, como si hubiera entendido el mensaje que su dueño lleva impreso en la camiseta: «solo quiero que mi perro esté orgulloso de mi». Me gustaría preguntarle lo que se propone hacer diferente para que su mascota si sienta así.
Confío en que la lluvia nos acompañe más días. Si nos deja, seguiré practicando lo de la respiración contenida, cuando mi nariz dé la alarma de nausea olfativa. Seguiré también divulgando acerca de la necesidad de que los animales consigan hacer entender a sus dueños el inconveniente de tener tanto tiempo sus vejigas contenidas. Sin agobio, que consigan llegar a un espacio donde en lugar de cemento encuentren tierra, y desahogarse, escarbar y limpiar bien sus patitas.
No sé si habrá que achacar también al cambio climático la sequía mental. Decido abandonar el techo que me cubre y salir a mojarme. Que la lluvia, que aún cae, arrastre a los desagües mis pensamientos. Cerrar los oídos y no escuchar otro TOC llamando a mi puerta.