“¡Ah, el horror, el horror!”

27 02 2024

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Baile lento

11 01 2024

Contemplo ese horizonte de blanca luz tímida que despierta al día

y un sol orgulloso que de puntillas se alza hasta tocar la cima del cielo.

No tardará en bajar de su podio para alejarse y cruzar el ecuador.

Infinitos puntos luminosos brillarán pronto sobre un cielo ya oscuro,

expectantes las estrellas a la llegada fiel de los misterios de la noche

Los sueños comienzan la recreación de su verdad inacabada.

Me gusta dormirme despacio sintiendo mis ojos pesados caer

con la ingenua creencia de poder despertar siendo otra.

Una distinta, olvidada de la carga de los recuerdos vivos.

La que sueña no se detiene a preguntar por los deseos ajenos,

vuela libre encadenando historias delirantes de finales inciertos.

Algo inesperado sucede al pararme vestida ante el espejo.

El luminoso y largo verano al que tanto me había acomodado  

se ha puesto chaqueta y fular azul acero al cuello.

Un instante inesperado, robado a un futuro terroso e incierto

de blanco humo el cabello, labios tenues y algo decolorados

con surcos, aquí y allá, que muestran un rostro de años vividos. 

Una rebeldía infantil me invita a desear salir corriendo,

y no reacciono aturdida por la incomodidad que siento dentro.

La imagen en mi retina devuelve una presencia que se acerca y duele.  

Un movimiento brusco y mi cuerpo choca contra la dureza del suelo.

Me incorporo y busco en la ventana a un sol ausente ya largas horas

Froto mis ojos por si se desdibuja la certeza del abandono  

de la etapa perdida y a esa otra, implacable, que avanza hacia mí.

Algunas melodías flotan en el aire recordando quien era yo ayer,

nostalgias que al cruzar por los ríos pasados de estío traen reseco.

Rastros pasados de ardor, la naturaleza viste en su piel una luz apagada.

Árboles arracimados desfilan mostrando hojas de color cambiante

amarillas, marrones y rojas, tan pálidas se ven entre la niebla del alba,

ramas desnudas sin pudor que exhiben unas hojas sedientas de agua.

Ansiosas porque la madrugada les regale unas gotas de su rocío.

Antes invencibles, ahora resignadas se recuestan evitando el viento

Mientras su envoltura tupida hace de abrigo a un suelo seco y frío.  

En el silencio de la noche, juntas y apretadas se reconfortan

hasta sentir un sol mañanero que temple sus frías escarchas.

Despreocupado de sus ramas sin ropa, el árbol mira hacia al oeste

se resguarda con cautela del zarandeo recio del viento del norte

si resiste, sabe que de sus ramas saldrán hojas que narren otro año.

Nada impide al otoño extender su manto colorido de avellano y ocres

No pide permiso para firme sujetar esa mano temblorosa que se resiste

Indiferente a los retrasos, sin causas que modifiquen una llegada segura.

Ni las carantoñas más tiernas ablandan su tozudez insoportable.

Tal vez sepa de mi deseo vehemente por hacer más largo el viaje.

De mi necesidad de acostumbrarme a su presencia y olor,

Mi deseo de intimar despacio y reconocer nuestros ojos

Bailar juntos un tanto lento fundidos en un abrazo intenso.





Tu ausencia

25 12 2023

Alejarte con esas palabras que callas no es un viento que quede en el aire.

Me resisto ante tu ausencia. 

Si no me importaras no serías tú una ausencia porque otra distinta el silencio aliviaría un exceso de presencia. 

Pero eres tú. Y esa boca cerrada ha tomado forma de vacío irreemplazable.

Si tu huella fuera endeble no te recordaría ahora, ni a tu voz de palabra firme, lágrimas contenidas que no desaparecen por no ser objetos que decoran una escena del tiempo.

Sería superficial si no hubiéramos dejado crecer raíces, sentimientos que enredarse a nuestros tobillos en esos tramos de vida que viajamos juntas. 

Recuerdos que se mantienen verdes, amarillean su tono alcanzando el otoño, pero firmes reflejan su brillo recordando nuestro pasado dorado.

Dejo mi puerta abierta por si miras atrás y añoras una de aquellas charla de las de ayer, con nuestra infusión humeante sentadas en un café.





Fragmentos urbanos

9 06 2023

II. La sequía


Tras un rato, la dirección del viento cambia y la humedad se mezcla con un fuerte olor a urea, devolviéndonos a una realidad que habita en las aceras de una ciudad donde las calles son por lo general estrechas. Parejas, a veces tríos, que caminan del brazo, gente que corre, o que pasea a mascotas mirando el móvil, dejando que el rumbo lo dirija el animal, que no cesa de olisquear lo que encuentra a su paso incluidos los bajos de los pantalones o los tobillos, hasta conseguir marcar territorio donde otros dejaron su huella antes.

Unas gotas finas, pero copiosas, calan despacio a los transeúntes que la lluvia ha sorprendido sin paraguas. El aroma parece provocar buen humor entre quienes apresuran su paso y sueltan alguna exclamación animada, al tiempo que buscan cobijo bajo los techos de tiendas y soportales. Decido detenerme también y esperar a que escampe.

La lluvia nos ha alegrado con su visita y el aire huele distinto. A ozono. Hasta han sonado truenos. Sonidos que antes inquietaban, nos dejan ahora una vaga extrañeza. La humedad que se respira es una tregua para el olfato, para una nariz reseca atrapada en la contaminación odorífera de una gran ciudad.

Si eres sensible, y tu olfato bueno, debes aprender a retener y soltar el aire una vez que has rebasado algún punto negro de olor, aunque conviene apresurarse porque aparecen nuevos tramos donde es mejor respirar poco, o nada. Al salir del portal, mejor pararse un instante y observar con atención hacia ambos lados de la acera, para decidir con argumentos qué camino tomar. A un lado, quizás haya que sortear una gincana desperdigada de bolsas, ropa, cartones… ante la mirada indiferente de un portero que ha decidido no intervenir, cansado de quitar porquerías ajenas. Al otro lado, un suelo que puede mostrar el rastro de salpicaduras recientes, que han formado un dibujo abstracto que alcanza la pared de la fachada. Sin lugar a dudas una necesidad acuciante.

No es lo único sobre lo que conviene mantenerse alerta mientras andas por las aceras. Mejor mirar dónde colocar el pie. Ni se te ocurra correr, no sea que tropieces y caigas sobre unos rotos y oscuros adoquines donde habitan hambrientas bacterias, al acecho de cualquier rasguño de sangre por el que abrirse paso, ignorantes de provocar una fechoría de consecuencias inesperadas. Que te escayolen, te intervengan, o tener que tomar antiinflamatorios o antibióticos. Alguien ya sabe de lo que hablo.

Todos mis pensamientos se agolpan a empujones entre el ir y venir de gente que sale de su parapeto, al decidir mojarse antes que esperar a que la lluvia cese. No tengo prisa y la espera me hace darme de bruces con mi TOC. Coloquialmente, las siglas de «Trastorno Obsesivo Compulsivo». Vamos, tener una manía, una fobia en mi caso a la suciedad. Asumo esa manía, pero confieso que no sé como superarla, aunque me viene alguna solución. Pienso en que, a la salida de los portales, las comunidades instalen un grifo conectado a una manguera pequeña – de las riego de terraza-, como obligado es que mantengan colgados en los tramos de escaleras extintores, por si se produce algún incendio. Lo que encontramos en las aceras de esta ciudad a mi me parecen pequeños incendios, llamas de indignación que prenden, eso sí, solo entre unos pocos. No es poca broma tener un TOC. Es algo serio y que puede dar lugar a otros desordenes incontrolados de paranoia, irascibilidad, agorafobia, cualquier cosa, qué se yo.

Me preocupa el avance de la sequía. No solo la de la falta de agua, sino la de la lluvia de ideas que no tienen utilidad. Y es que veo llegar a un joven con una mascota grande y juguetona, que brinca feliz, como si hubiera entendido el mensaje que su dueño lleva impreso en la camiseta: «solo quiero que mi perro esté orgulloso de mi». Me gustaría preguntarle lo que se propone hacer diferente para que su mascota si sienta así.

Confío en que la lluvia nos acompañe más días. Si nos deja, seguiré practicando lo de la respiración contenida, cuando mi nariz dé la alarma de nausea olfativa. Seguiré también divulgando acerca de la necesidad de que los animales consigan hacer entender a sus dueños el inconveniente de tener tanto tiempo sus vejigas contenidas. Sin agobio, que consigan llegar a un espacio donde en lugar de cemento encuentren tierra, y desahogarse, escarbar y limpiar bien sus patitas.

No sé si habrá que achacar también al cambio climático la sequía mental. Decido abandonar el techo que me cubre y salir a mojarme. Que la lluvia, que aún cae, arrastre a los desagües mis pensamientos. Cerrar los oídos y no escuchar otro TOC llamando a mi puerta.