“¡Ah, el horror, el horror!”

27 02 2024

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Baile lento

11 01 2024

Contemplo ese horizonte de blanca luz tímida que despierta al día

y un sol orgulloso que de puntillas se alza hasta tocar la cima del cielo.

No tardará en bajar de su podio para alejarse y cruzar el ecuador.

Infinitos puntos luminosos brillarán pronto sobre un cielo ya oscuro,

expectantes las estrellas a la llegada fiel de los misterios de la noche

Los sueños comienzan la recreación de su verdad inacabada.

Me gusta dormirme despacio sintiendo mis ojos pesados caer

con la ingenua creencia de poder despertar siendo otra.

Una distinta, olvidada de la carga de los recuerdos vivos.

La que sueña no se detiene a preguntar por los deseos ajenos,

vuela libre encadenando historias delirantes de finales inciertos.

Algo inesperado sucede al pararme vestida ante el espejo.

El luminoso y largo verano al que tanto me había acomodado  

se ha puesto chaqueta y fular azul acero al cuello.

Un instante inesperado, robado a un futuro terroso e incierto

de blanco humo el cabello, labios tenues y algo decolorados

con surcos, aquí y allá, que muestran un rostro de años vividos. 

Una rebeldía infantil me invita a desear salir corriendo,

y no reacciono aturdida por la incomodidad que siento dentro.

La imagen en mi retina devuelve una presencia que se acerca y duele.  

Un movimiento brusco y mi cuerpo choca contra la dureza del suelo.

Me incorporo y busco en la ventana a un sol ausente ya largas horas

Froto mis ojos por si se desdibuja la certeza del abandono  

de la etapa perdida y a esa otra, implacable, que avanza hacia mí.

Algunas melodías flotan en el aire recordando quien era yo ayer,

nostalgias que al cruzar por los ríos pasados de estío traen reseco.

Rastros pasados de ardor, la naturaleza viste en su piel una luz apagada.

Árboles arracimados desfilan mostrando hojas de color cambiante

amarillas, marrones y rojas, tan pálidas se ven entre la niebla del alba,

ramas desnudas sin pudor que exhiben unas hojas sedientas de agua.

Ansiosas porque la madrugada les regale unas gotas de su rocío.

Antes invencibles, ahora resignadas se recuestan evitando el viento

Mientras su envoltura tupida hace de abrigo a un suelo seco y frío.  

En el silencio de la noche, juntas y apretadas se reconfortan

hasta sentir un sol mañanero que temple sus frías escarchas.

Despreocupado de sus ramas sin ropa, el árbol mira hacia al oeste

se resguarda con cautela del zarandeo recio del viento del norte

si resiste, sabe que de sus ramas saldrán hojas que narren otro año.

Nada impide al otoño extender su manto colorido de avellano y ocres

No pide permiso para firme sujetar esa mano temblorosa que se resiste

Indiferente a los retrasos, sin causas que modifiquen una llegada segura.

Ni las carantoñas más tiernas ablandan su tozudez insoportable.

Tal vez sepa de mi deseo vehemente por hacer más largo el viaje.

De mi necesidad de acostumbrarme a su presencia y olor,

Mi deseo de intimar despacio y reconocer nuestros ojos

Bailar juntos un tanto lento fundidos en un abrazo intenso.





Tu ausencia

25 12 2023

Alejarte con esas palabras que callas no es un viento que quede en el aire.

Me resisto ante tu ausencia. 

Si no me importaras no serías tú una ausencia porque otra distinta el silencio aliviaría un exceso de presencia. 

Pero eres tú. Y esa boca cerrada ha tomado forma de vacío irreemplazable.

Si tu huella fuera endeble no te recordaría ahora, ni a tu voz de palabra firme, lágrimas contenidas que no desaparecen por no ser objetos que decoran una escena del tiempo.

Sería superficial si no hubiéramos dejado crecer raíces, sentimientos que enredarse a nuestros tobillos en esos tramos de vida que viajamos juntas. 

Recuerdos que se mantienen verdes, amarillean su tono alcanzando el otoño, pero firmes reflejan su brillo recordando nuestro pasado dorado.

Dejo mi puerta abierta por si miras atrás y añoras una de aquellas charla de las de ayer, con nuestra infusión humeante sentadas en un café.





Fragmentos urbanos

9 06 2023

II. La sequía


Tras un rato, la dirección del viento cambia y la humedad se mezcla con un fuerte olor a urea, devolviéndonos a una realidad que habita en las aceras de una ciudad donde las calles son por lo general estrechas. Parejas, a veces tríos, que caminan del brazo, gente que corre, o que pasea a mascotas mirando el móvil, dejando que el rumbo lo dirija el animal, que no cesa de olisquear lo que encuentra a su paso incluidos los bajos de los pantalones o los tobillos, hasta conseguir marcar territorio donde otros dejaron su huella antes.

Unas gotas finas, pero copiosas, calan despacio a los transeúntes que la lluvia ha sorprendido sin paraguas. El aroma parece provocar buen humor entre quienes apresuran su paso y sueltan alguna exclamación animada, al tiempo que buscan cobijo bajo los techos de tiendas y soportales. Decido detenerme también y esperar a que escampe.

La lluvia nos ha alegrado con su visita y el aire huele distinto. A ozono. Hasta han sonado truenos. Sonidos que antes inquietaban, nos dejan ahora una vaga extrañeza. La humedad que se respira es una tregua para el olfato, para una nariz reseca atrapada en la contaminación odorífera de una gran ciudad.

Si eres sensible, y tu olfato bueno, debes aprender a retener y soltar el aire una vez que has rebasado algún punto negro de olor, aunque conviene apresurarse porque aparecen nuevos tramos donde es mejor respirar poco, o nada. Al salir del portal, mejor pararse un instante y observar con atención hacia ambos lados de la acera, para decidir con argumentos qué camino tomar. A un lado, quizás haya que sortear una gincana desperdigada de bolsas, ropa, cartones… ante la mirada indiferente de un portero que ha decidido no intervenir, cansado de quitar porquerías ajenas. Al otro lado, un suelo que puede mostrar el rastro de salpicaduras recientes, que han formado un dibujo abstracto que alcanza la pared de la fachada. Sin lugar a dudas una necesidad acuciante.

No es lo único sobre lo que conviene mantenerse alerta mientras andas por las aceras. Mejor mirar dónde colocar el pie. Ni se te ocurra correr, no sea que tropieces y caigas sobre unos rotos y oscuros adoquines donde habitan hambrientas bacterias, al acecho de cualquier rasguño de sangre por el que abrirse paso, ignorantes de provocar una fechoría de consecuencias inesperadas. Que te escayolen, te intervengan, o tener que tomar antiinflamatorios o antibióticos. Alguien ya sabe de lo que hablo.

Todos mis pensamientos se agolpan a empujones entre el ir y venir de gente que sale de su parapeto, al decidir mojarse antes que esperar a que la lluvia cese. No tengo prisa y la espera me hace darme de bruces con mi TOC. Coloquialmente, las siglas de «Trastorno Obsesivo Compulsivo». Vamos, tener una manía, una fobia en mi caso a la suciedad. Asumo esa manía, pero confieso que no sé como superarla, aunque me viene alguna solución. Pienso en que, a la salida de los portales, las comunidades instalen un grifo conectado a una manguera pequeña – de las riego de terraza-, como obligado es que mantengan colgados en los tramos de escaleras extintores, por si se produce algún incendio. Lo que encontramos en las aceras de esta ciudad a mi me parecen pequeños incendios, llamas de indignación que prenden, eso sí, solo entre unos pocos. No es poca broma tener un TOC. Es algo serio y que puede dar lugar a otros desordenes incontrolados de paranoia, irascibilidad, agorafobia, cualquier cosa, qué se yo.

Me preocupa el avance de la sequía. No solo la de la falta de agua, sino la de la lluvia de ideas que no tienen utilidad. Y es que veo llegar a un joven con una mascota grande y juguetona, que brinca feliz, como si hubiera entendido el mensaje que su dueño lleva impreso en la camiseta: «solo quiero que mi perro esté orgulloso de mi». Me gustaría preguntarle lo que se propone hacer diferente para que su mascota si sienta así.

Confío en que la lluvia nos acompañe más días. Si nos deja, seguiré practicando lo de la respiración contenida, cuando mi nariz dé la alarma de nausea olfativa. Seguiré también divulgando acerca de la necesidad de que los animales consigan hacer entender a sus dueños el inconveniente de tener tanto tiempo sus vejigas contenidas. Sin agobio, que consigan llegar a un espacio donde en lugar de cemento encuentren tierra, y desahogarse, escarbar y limpiar bien sus patitas.

No sé si habrá que achacar también al cambio climático la sequía mental. Decido abandonar el techo que me cubre y salir a mojarme. Que la lluvia, que aún cae, arrastre a los desagües mis pensamientos. Cerrar los oídos y no escuchar otro TOC llamando a mi puerta.





Fragmentos urbanos

26 05 2023

I. Deambulando

Esperando a que el semáforo cambie, reparo distraída en un hombre que parece no atreverse a cruzar la calle y que gira un par de veces sobre sí mismo como si hubiera olvidado algo. Se decide a cruzar, pero se vuelve a detener al alcanzar la otra acera y comienza a dar unos pasos cortos, indagando con afán las baldosas del suelo. Sus movimientos interrumpidos captan mi atención. Parece un tipo normal, bastante atractivo para una edad que parece haber abandonado la madurez tiempo atrás. Es delgado, y se ve en buena forma, aunque quizás su cuerpo haya perdido su línea de gravedad y se curve ligeramente hacia delante, dando protagonismo a una cabeza que parece querer ir por delante del tronco. Me sorprende la postura de sus manos, unidas por detrás de su cintura, como si vagabundeara sin rumbo, cuando sus movimientos, en cambio, indican un deseo de llegar a algún lugar. Curiosa, me dejo atrapar por este hombre anónimo que levanta su mirada tan sólo un par metros por encima del suelo y que anda dos pasos y los desanda de nuevo para mirar a su alrededor. Me pregunto que pasará por su cabeza y, por un momento, siento la tentación de acercarme y ponerme a su lado para preguntarle si ha perdido algo. Una voz aguda y alta me saca de mis pensamientos, y veo a una mujer con una bolsa en cada mano que, con pisada apresurada y segura se pone a la altura del hombre y le tira de la manga de la chaqueta. – ¡Peeeepe! ¿no te he había dicho que me esperaras fuera de la tienda? Menudo susto me he dado al salir y no verte. Noooo, tranquilo, no has perdido las llaves, las tengo yo en el bolso. Anda, cógeme una bolsa y vámonos a casa, que van a venir a comer los niños–.

Mientras los miro alejarse no puedo evitar ensombrecerme y pienso en todos cuantos deambulan a ras del suelo queriendo reencontrarse con algo perdido, sin siquiera saber que es. Identidades que se han ido desdibujando sin elegirlo, que han perdido su horizonte, sus referencias, sus fronteras y que, en un caminar errático y circular, solo pretenden desandar alguno de los pasos por si el anterior les devuelva la esperanza de encontrarse con un recuerdo que les envuelva en un aroma conocido. 





Una vuelta deseada

23 05 2023

Han pasado siete años desde que dejé este blog. Este regreso no es el de Indiana Johns en su última y definitiva entrega, la llamada del destino, a pesar de que coincida con su presentación en el festival de Cannes.

Por muchas razones, mantengo evidentes diferencias, si bien reconozco que me espeluzna la velocidad del paso del tiempo y que pasar a estar en una banda etaria denominada vejez (no se entiende quién ha hecho semejante denominación y corte a los 60) pueda resultar un impacto de lo más fuerte. No sé aún como se desenvuelve Indy en las escenas de la peli, y si resultan emocionantes o patéticas pero, de antemano, reconozco el ego bien plantado de Harry al atreverse al volver a las pantallas en ese papel y responder públicamente haber sido bendecido con el cuerpo que tiene. ¡Qué buen temple y confianza en si mismo! Sin duda, también una respuesta elegante a una pregunta bien estúpida (da igual si es a un hombre o a una mujer). Y es que volverse mayor y mantenerse bien no es algo sobre lo que debamos asombrarnos y preguntar, menos aún que deba suponer un obstáculo para impedir seguir activo y que la sed de aventuras y la pasión siga corriendo por las venas. Clint Eastwood lo llama ¡no dejar entrar al viejo! haciendo aquello que te interesa.

Con ese ánimo de hacer lo que me interesa y gusta, viendo que quedan huecos por los que seguir escarbando y disfrutando, vuelvo a escribir sin presiones ni ánimo por quedar bien, sólo el deseo de compartir pequeñas narraciones. Las grandes las dejo para ese libro que sigue en barbecho. Lo único que he sopesado es mantener y reutilizar el espacio creado en su día para irlo transformando al momento en el que estoy. Nada premeditado. Me gusta la idea de redecorar algo habitado que ahora toca renovar. Deconstruir, le dicen los Chefs a darle una estructura distinta a los platos. Pues eso, a decostruir y ver qué sale. Vuestros comentarios me darán pistas de si os gustan o no mis propuestas. ¿Me acompañas?





Un verano invencible dentro

7 06 2017

Esta mañana leo un artículo de una entrevista realizada a Isabel Allende, con motivo de la edición de su nuevo libro. Lo curioso es que el titular de la entrevista poco tiene que ver con la presentación de su nueva obra: “Me he enamorado de nuevo a los 75. No hay amor sin riesgo”. En el subtítulo, en letra más pequeña, se enuncia el título del libro: “Más allá del invierno”, y la capacidad de alegría, esperanza y reinvención que atesoran las personas, como resumen.

Empujada por un titular tan sorprendente (de eso se trataba) y sorprendida por lo poco que se habla del libro en el articulo, decido abrir el vídeo de la entrevista y, sin que aporte más de lo ya leído, es decir, nada, me quedo fascinada con la frase de Albert Camus que parece motivó el título del libro: en medio del invierno descubrí que tengo adentro un verano invencible. Y es al oírlo que siento que el verano siempre está queriendo expresarse pero a su debido tiempo…

Una frase inspiradora y hermosa la de Camus. No sólo para dar un título a un libro sino para reflexionar acerca de la metáfora de la naturaleza a través de nuestro propia existencia y Ser. Del frío estéril surge la transformación. La metamorfosis que hace brotar y expresar la vida permitiéndonos disfrutar de tanta belleza que se muestra ante nuestros ojos. En la sequía, en la inacción, se encuentra inmerso el poder transformador que da paso a la eclosión de un potencial infinito de formas y pasiones que vivir. El cálido verano despunta hacia lo más álgido recordándonos que, tras la calma, se desata el juego de la pasión y de festejar la vida. Invencible pero vencida al tiempo porque dará paso a otro momento que no es más que el tránsito hacia otro lugar tan especial y necesario como el anterior. Porque uno sin otro no pueden existir. Es el poder de la transformación, de ir de una etapa a otra, de no existir a existir. Y aunque la forma cambie, la esencia, el verano, permanece y nos pertenece. Invencible dentro y queriendo expresarse. flower-399409_1920





Que «nada» interfiera nuestros propósitos

31 12 2016

Llegadas estas fechas de final de año, surge en nosotros la idea de plantearnos nuevos propósitos para el siguiente.

Por lo general, todo se queda en una lista de buenas intenciones que, con un poco de suerte, duran semanas y, con voluntad, un poco más. Aunque… la pregunta es ¿qué quieres que sea diferente este Año que empieza?

Todo lo que te gustaría cambiar, todo lo que te gustaría hacer o dejar de hacer… Un montón de propósitos para estar mejor. Qué lógica previa hay,  desde dónde estoy planteándome mis intenciones. Qué parte de mi se está queriendo manifestar con esos propósitos. Cuál es la necesidad que estoy queriendo cubrir. De qué quiero alejarme o a qué quiero acercarme y para qué. Antes de hacer nuestro listado de intenciones, se trata de identificar la verdadera motivación que hay tras nuestros deseos. Porque la motivación, la ilusión por conseguir algo, no es un pensamiento. Es una conexión con una parte interna que sabe cuál es la necesidad inconsciente que tengo y deseo cubrir.

Cuando digo que mi propósito es comer más sano, dejar de fumar, hacer ejercicio, adelgazar… ¿qué busco ?. Inicialmente, la necesidad de sentirme más saludable, ágil, fuerte, flexible… aunque detrás de ello puede haber una respuesta más profunda y real: la necesidad de mantenerme con vida el mayor tiempo posible. Por tanto, la motivación de querer cuidarme, es: estar vivo.

Cuando digo quiero tener más tiempo para mi. ¿Qué necesito? Hacer lo que me apetece y más me gusta.  ¿Qué mas? Quizás, tranquilidad, no dar explicaciones, estar en mi… ¿Y detrás ? La necesidad de establecer unos límites que protejan mi espacio. Un espacio donde sentirme seguro: estar a salvo.

Cuando mi intención es aprender, mejorar en mi carrera profesional, realizarme y hacer todo lo mejor posible … ¿cuál es la motivación, que me valoren y me reconozcan?  ¿Y detrás?. La necesidad de superación. De sentir mi utilidad y valía en relación a quiénes me rodean: ser suficiente.

Cuándo mi propósito es ampliar mi círculo de amistades, relacionarme con mi entorno familia, pareja, hijos… ¿Qué quiero con ello? Compartir, comunicar, expresar, querer y sentirme querido… ¿Y detrás?. La necesidad de no estar solo o desconectado: sentir que soy parte de “algo más».

Reconocer nuestras necesidades profundas nos puede ayudar a entender mejor nuestros deseos conscientes pero, sobre todo, nos puede ayudar a entender el resorte que se nos dispara en lo cotidiano, y en nuestras relaciones. Y todas las respuestas profundas están relacionados con»sentir» y con «ser», un SER instintivo e intuitivo al tiempo.

Pasar de la intención a la acción requiere voluntad y lo que hará que esa voluntad sea firme es entender la motivación que hay detrás de cada deseo. Ante nosotros hay un potencial inmenso de posibilidades queriendo manifestarse. Lo hagamos, o no, está en nosotros, como también está en nosotros la forma de percibir la lógica que hay tras esos deseos. La nueva lógica sería darnos cuenta de que no somos sólo instinto y deseo. Intuir que somos más. Una manifestación de la conciencia queriendo expresarse y reflejarse a si misma en cada forma de expresión que existe en la Tierra.

Cuando la disposición es plena a experimentar y a vivir potenciales nuevos, se despliega un propósito nuevo. Si no nos aferramos a una finalidad, si vivimos dejando que sea el proceso, el camino, estamos ya manifestando y siendo ese potencial, esa intención. Dejar que NADA interfiera en el camino de manifestar nuestro propósito abriéndonos a experimentarlo y vivirlo sin querer interferir en su resultado. Cuando nada hay, todo está por ser. Que nada te interfiera para que todo pueda darse. Nada de juicios, nada de creencias, nada de aferrarse a resultados…  Nada y entonces… flota, fluye.

Desde la NADA, Feliz 2017, y que TODO el potencial de SER se nos manifieste plenamente.





¿Qué tipo de relaciones eliges?

13 07 2016

Lo quieras o no, las personas que te rodean influyen en el resultado de tu vida. Quiénes vamos encontrando a lo largo de nuestro camino son la oportunidad para reconocernos a través de lo que nos muestran sobre nosotros mismos. Lo que Jung dice sobre la proyección de nuestra sombra en los demás. Algo así como ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro. Las relaciones nos facilitan, por tanto, que el inconsciente (nuestra sombra) pueda llegar a hacerse consciente a través de los demás.

En la adolescencia, los amigos se convierten en nuestro centro de atención. Es una etapa en la que nos sentimos curiosos, expansivos y con ganas de probar, destacar, compartir… Son pocos los amigos que se mantienen a lo largo de la vida y, a cambio, en el transcurso van surgiendo nuevas amistades producto de los entornos en los que nos movemos. Nuestro círculo va cambiando y vamos viviendo diferentes tipos de relaciones, con experiencias positivas y negativas, y ambos resultados pueden ser de lo más productivo, si sabemos interpretar y aceptar lo que nos enseñan.

Podemos saber de las diferencias entre amigos y conocidos por el grado de afinidad, intimidad, disponibilidad, apoyo, empatía y afecto que prodigamos. Hay gente que emplea la palabra amigo para referirse sólo a un conocido y, otros, amigo del alma cuando sienten que es alguien incondicional. Y todo es válido porque no deja de ser sino una percepción subjetiva, una forma de vivir y estar en las relaciones según nuestros valores, creencias, educación, entorno y, sobre todo, la necesidad primaria (seguridad, protección, validación, admiración…) que subyace en cada uno, y que determina el estilo que se adopta en una relación: «doy» o «tomo». Hay personas que sólo dan y otras que sólo cogen.

La palabra amistad proviene del término amar y es una relación afectiva entre dos o más personas. Entonces, lo primero que habría que considerar en una relación es la capacidad que tenemos de amar.  Y, amar, lleva implícito un sentimiento altruista de dar (se) de forma espontánea y generosa, y una actitud que contempla aspectos de atención y escucha, comprensión, opinión, consideración, participación, respeto y cariño… Ahora, analicemos, ¿cuánto de esto está presente en nuestras relaciones?

Pensemos también cuántas relaciones nos aportan y cuántas nos desgastan; cuántas nos impulsan y cuántas nos frenan; cuántas nos ilusionan y cuántas nos deprimen. Cuántas nos mantienen en la superficie, en el envoltorio y cuántas nos sitúan en lo profundo, en la esencia. Y, quizás, nos demos cuenta de que no siempre nos rodeamos de lo mejor para nosotros; no siempre elegimos lo que nos va mejor, aunque inconscientemente exista un propósito para ello.

Aunque no deje de ser una generalidad, en las relaciones hay una serie de comportamientos que funcionan mejor que otros:

Nos suele ir bien cuando no ponemos en riesgo nuestra dignidad; cuando mantenemos el auto respeto, sin buscar que nos acepten o nos aprecien, menos aún quienes muestran que son incapaces de hacerlo.

Nos va bien cuando no pedimos o exigimos devoción, o entrega incondicional, porque quienes quieren estar con nosotros lo hacen sabiendo que no hay nadie mejor con quien querer estar.

Nos va bien cuando nuestras relaciones se producen de corazón a corazón, reconociendo y valorando a la persona que tenemos delante, sólo por quien es y no por lo que pueda ofrecernos.

Nos va bien cuando nos relacionamos con seres emocionalmente inteligentes, que saben que la crítica, la indiferencia, la susceptibilidad o mantenerse distante son actitudes que no combinan bien ni con la amistad ni con el amor.

Nos va bien cuando elegimos estar con gente que nos nutre, nos mantiene vivos, lo que no significa que no seamos generosos o compasivos con quiénes nos necesitan; significa, sencillamente, cuidarse y saber lo que resulta saludable para uno. Rodearnos de quiénes nos aportan energía para actuar y experimentar; sabiduría para aprender y avanzar en nuestro proceso; alegría para reír y disfrutar de momentos y cosas bellas; afecto para sentir lo que significa el aprecio y la consideración.

No podemos intervenir en lo que aparecerá delante de nosotros. Sí podemos intervenir eligiendo qué hacer y aprender con ello. Hace poco oía decir a alguien que la felicidad es una decisión, y no puedo estar más de acuerdo porque, aún en la adversidad, en lo más horrible y doloroso, la forma de abordar y aceptar lo que nos sucede determina el estado y duración de nuestro aflicción. No podemos evitar el dolor aunque sí el sufrimiento. Y conviene diferenciarlo. El dolor es algo puntual, que no se elige; el sufrimiento es algo duradero, que sí se elige. Tanto el sufrimiento como la felicidad son decisiones, actitudes ante la vida, igual que elegir con quiénes y cómo relacionarnos.





Estado de calma

26 10 2015

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Cuando vemos que alguien atraviesa una situación complicada, o está viviendo alguna turbulencia interna, lo primero que nos surge es intentar calmarlo antes de ayudar a buscar cualquier solución. De forma instintiva, sabemos que el estado de calma ayuda a estabilizar la mente y nuestras emociones.

La vida de prisas y operar con una baja energía de corazón dando mayor espacio al hacer que al ser, es comparable a un vehículo que circula muchos kilómetros con poco aceite. Seguir sin lubricante, aumenta el riesgo de vulnerabilidad y mal funcionamiento. Aprender a enfrentar la vida desde un estado de calma puede ayudar a aumentar el nivel de cuidado y de cariño hacia nosotros, y en nuestras interacciones. También a sentir una mayor calidez y conexión con uno mismo y con los demás. Por supuesto, a reducir el nivel de estrés o ansiedad.

Cuando estamos en niveles altos de ansiedad o estrés, hay una parte de nuestra identidad conectada al instinto, que nos hace responder de forma automática y vehemente ante situaciones que nuestra lógica asocia a circunstancias diversas: luchar para sobrevivir o no perder lo que se tiene; sentirse protegido y seguro, competir para ser valorado; y relacionarnos para aminorar el sentimiento de vacío.

Cuando operamos en modo calma es más fácil darse cuenta de dónde se encuentran nuestras fronteras actuales, y  mantenerse disponible en una actitud que recree mayor fluidez y liviandad en nuestra rutina diaria.

La fluidez es un resultado de mantener la calma, y equilibrar la cooperación entre la mente, las emociones y el cuerpo. Cuando estamos en calma, es más fácil observar y darnos cuenta de nuestros análisis y juicios, y las emociones en las que desembocan, si los alimentamos. Cuando perdemos la conexión con nuestro centro, la mente y las emociones pueden volverse caóticas y obsesivas hasta conducirnos a situaciones de estrés, y sus consecuencias físicas.

Operar en modo calma no sugiere ir despacio, ni tampoco estar en relajación permanente. Significa una mayor atención para calmar nuestro lenguaje interno y corporal. Las reacciones mecánicas son producto de no observarnos y no cambiar la lógica de la percepción que estamos teniendo acerca de algo. Practicar la calma interior consciente es un preámbulo para prepararse ante lo que llegue, ya que nos conduce ante nuestra propia presencia, y también a ser más capaces de soltar y dejar ir pensamientos improductivos, consecuencia de repetir patrones neurológicos, y dejar espacio a que surja algo diferente y nuevo desde el no juicio y la intuición.

Técnica para encontrar mayor calma interior:

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1: Si estás mal, reconoce donde están tus fronteras. Date cuenta de lo que estás sintiendo y métete de lleno en la experiencia de sentir lo que sea: frustración, impaciencia,  ansiedad, enojo, apatía, tristeza, crítica, enjuiciamiento, etc… No quieras cambia ningún sentimiento. Tan sólo observa y se consciente de tus límites en estos momentos. Acéptalos sin hacer valoración alguna.

2: Toma un tiempo para respirar y llevar tu atención a la inhalación y a la exhalación del aire en el centro de tu pecho. Imagina que estás respirando desde tu corazón y deja que el ritmo baje, siendo cada vez más lento…   En cuanto pones tu atención en la respiración, el ritmo del corazón se estabiliza y ayuda a restablecer un equilibrio y calma entre tu mente y emociones.

3: Cuando estés haciendo la respiración centrada en el corazón, imagina que con cada inhalación, atraes hacia ti un sentimiento de calma interior, infundiendo equilibrio y autocuidado. Y, con la exhalación, sueltas y das salida a lo que no necesitas tener en ti. Cuando tu respiración se hace más tranquila, tu mente y tus emociones se tranquilizan también y el circuito mente-emoción-cuerpo se reequilibra.

4: Cuando los sentimientos estresantes se han calmado, haz la intención de mantener tu estado de calma al retomar tu actividad diaria. Si, a lo largo del día, surge algo que te saca de ese estado, simplemente, se consciente de ello, y retoma tu intención de soltarlo. Sitúate en un punto de neutralidad «0». No fuerces nada; no intentes tampoco arreglar nada; sólo quédate en ese estado de quietud, en tu respiración. Un estado que te ayudará a discernir mejor tu percepción y, quizás, poder hacer alguna torsión. Un cambio de perspectiva.

Este ejercicio no busca solucionar nada; sólo ayudar a entrar en un estado que favorece la observación y la atención plena en nuestros pensamientos y emociones. Sin juzgar si es bueno o malo; sin querer cambiar la realidad del momento que uno vive. Sólo a través de darnos cuenta de nuestro patrón de funcionamiento y de reacción, que no es sino la expresión de una percepción y unas circunstancias, podamos abrazar y soltar a un tiempo cuanto creemos ser. Podamos darnos cuenta de que somos y no somos al tiempo. Desde la nada, desde el vacío, podamos comenzar a expresarnos con mayor intuición y claridad.

El estado de calma ayuda a tomar conciencia de nuestra naturaleza mental y emocional y, quizás, entender lo que hay detrás, aunque el primer objetivo es conseguir un equilibrio que nos ayude a prevenir y eliminar el estrés y algunos escenarios incómodos.

Cuando estamos en estado de calma, nos predisponemos a estar abiertos. Y entonces “buscar” da paso ”a encontrar”. “Hacer” da paso a “estar disponible”. Algo que nos facilita entrar en contacto con una mayor libertad interior, y una conexión más genuina con nuestra autenticidad y la de otros.