Cuando vemos que alguien atraviesa una situación complicada, o está viviendo alguna turbulencia interna, lo primero que nos surge es intentar calmarlo antes de ayudar a buscar cualquier solución. De forma instintiva, sabemos que el estado de calma ayuda a estabilizar la mente y nuestras emociones.
La vida de prisas y operar con una baja energía de corazón dando mayor espacio al hacer que al ser, es comparable a un vehículo que circula muchos kilómetros con poco aceite. Seguir sin lubricante, aumenta el riesgo de vulnerabilidad y mal funcionamiento. Aprender a enfrentar la vida desde un estado de calma puede ayudar a aumentar el nivel de cuidado y de cariño hacia nosotros, y en nuestras interacciones. También a sentir una mayor calidez y conexión con uno mismo y con los demás. Por supuesto, a reducir el nivel de estrés o ansiedad.
Cuando estamos en niveles altos de ansiedad o estrés, hay una parte de nuestra identidad conectada al instinto, que nos hace responder de forma automática y vehemente ante situaciones que nuestra lógica asocia a circunstancias diversas: luchar para sobrevivir o no perder lo que se tiene; sentirse protegido y seguro, competir para ser valorado; y relacionarnos para aminorar el sentimiento de vacío.
Cuando operamos en modo calma es más fácil darse cuenta de dónde se encuentran nuestras fronteras actuales, y mantenerse disponible en una actitud que recree mayor fluidez y liviandad en nuestra rutina diaria.
La fluidez es un resultado de mantener la calma, y equilibrar la cooperación entre la mente, las emociones y el cuerpo. Cuando estamos en calma, es más fácil observar y darnos cuenta de nuestros análisis y juicios, y las emociones en las que desembocan, si los alimentamos. Cuando perdemos la conexión con nuestro centro, la mente y las emociones pueden volverse caóticas y obsesivas hasta conducirnos a situaciones de estrés, y sus consecuencias físicas.
Operar en modo calma no sugiere ir despacio, ni tampoco estar en relajación permanente. Significa una mayor atención para calmar nuestro lenguaje interno y corporal. Las reacciones mecánicas son producto de no observarnos y no cambiar la lógica de la percepción que estamos teniendo acerca de algo. Practicar la calma interior consciente es un preámbulo para prepararse ante lo que llegue, ya que nos conduce ante nuestra propia presencia, y también a ser más capaces de soltar y dejar ir pensamientos improductivos, consecuencia de repetir patrones neurológicos, y dejar espacio a que surja algo diferente y nuevo desde el no juicio y la intuición.
Técnica para encontrar mayor calma interior:
1: Si estás mal, reconoce donde están tus fronteras. Date cuenta de lo que estás sintiendo y métete de lleno en la experiencia de sentir lo que sea: frustración, impaciencia, ansiedad, enojo, apatía, tristeza, crítica, enjuiciamiento, etc… No quieras cambia ningún sentimiento. Tan sólo observa y se consciente de tus límites en estos momentos. Acéptalos sin hacer valoración alguna.
2: Toma un tiempo para respirar y llevar tu atención a la inhalación y a la exhalación del aire en el centro de tu pecho. Imagina que estás respirando desde tu corazón y deja que el ritmo baje, siendo cada vez más lento… En cuanto pones tu atención en la respiración, el ritmo del corazón se estabiliza y ayuda a restablecer un equilibrio y calma entre tu mente y emociones.
3: Cuando estés haciendo la respiración centrada en el corazón, imagina que con cada inhalación, atraes hacia ti un sentimiento de calma interior, infundiendo equilibrio y autocuidado. Y, con la exhalación, sueltas y das salida a lo que no necesitas tener en ti. Cuando tu respiración se hace más tranquila, tu mente y tus emociones se tranquilizan también y el circuito mente-emoción-cuerpo se reequilibra.
4: Cuando los sentimientos estresantes se han calmado, haz la intención de mantener tu estado de calma al retomar tu actividad diaria. Si, a lo largo del día, surge algo que te saca de ese estado, simplemente, se consciente de ello, y retoma tu intención de soltarlo. Sitúate en un punto de neutralidad «0». No fuerces nada; no intentes tampoco arreglar nada; sólo quédate en ese estado de quietud, en tu respiración. Un estado que te ayudará a discernir mejor tu percepción y, quizás, poder hacer alguna torsión. Un cambio de perspectiva.
Este ejercicio no busca solucionar nada; sólo ayudar a entrar en un estado que favorece la observación y la atención plena en nuestros pensamientos y emociones. Sin juzgar si es bueno o malo; sin querer cambiar la realidad del momento que uno vive. Sólo a través de darnos cuenta de nuestro patrón de funcionamiento y de reacción, que no es sino la expresión de una percepción y unas circunstancias, podamos abrazar y soltar a un tiempo cuanto creemos ser. Podamos darnos cuenta de que somos y no somos al tiempo. Desde la nada, desde el vacío, podamos comenzar a expresarnos con mayor intuición y claridad.
El estado de calma ayuda a tomar conciencia de nuestra naturaleza mental y emocional y, quizás, entender lo que hay detrás, aunque el primer objetivo es conseguir un equilibrio que nos ayude a prevenir y eliminar el estrés y algunos escenarios incómodos.
Cuando estamos en estado de calma, nos predisponemos a estar abiertos. Y entonces “buscar” da paso ”a encontrar”. “Hacer” da paso a “estar disponible”. Algo que nos facilita entrar en contacto con una mayor libertad interior, y una conexión más genuina con nuestra autenticidad y la de otros.